Santísimo Cristo del Calvario

El Crucificado es la imagen central del arte cristiano. Su interpretación iconográfica se ha adaptado al pensamiento y al sentimiento de cada época. Es obvio que en los primeros tiempos del cristianismo no se representa a Cristo en la cruz. La crucifixión era algo infame. La Iglesia primitiva no toleraba que su Dios hubiese muerto como un vulgar malhechor. Sin embargo, al ser abolida la Crucifixión por Constantino, la cruz se trasforma en signo de Redención y en símbolo de victoria.

Los primeros Crucificados surgen durante los siglos V y VI. La proliferación del tema icnográfico que nos ocupa se da entre los siglos VII y VIII. Un momento de gran esplendor se produce en el arte carolingio, desde fines del siglo VIII al X .El Crucificado se reproduce incansablemente en miniaturas y en trabajos de marfil y orfebrería, pues el brillo áureo se identifica con el resplandor sobrenatural. Por entonces, junto al Crucificado figuraban la Dolorosa y San Juan Evangelista, grupo al que se unen paulatinamente los restantes personajes secundarios de la Pasión. Además la escena se enriquece simbólicamente, ya que ambos lados de la cruz se sitúan el Sol y la Luna , como signos del Nuevo y Antiguo Testamento, y las alegorías de la Iglesia y la Sinagoga. Asimismo. La sangre que brota del costado derecho de Cristo, dada su fuerza redentora, es recogida por algún ángel en un cáliz, por ser éste el vaso eucarístico.

Durante los siglos XI y XII, el arte románico, influido por la iconografía bizantina, nos ofrece un Cristo vivo, insensible al dolor. El Crucificado, derecho con los brazos horizontales, se fija a una cruz plana con cuatro clavos.

Existen dos modelos: el Cristo Majestad, como Rey de Reyes, que luce túnica talar y corona real; y el Cristo desnudo que muestra púdico perizoma vertical desde la cintura hasta las rodillas. Sólo al final, gracias al naturalismo que anuncia el sentimiento gótico, introduce el tema del sacrificio expiatorio.

A partir del siglo XIII se gesta la gran devoción a la Pasión corporal de Jesucristo. El arte gótico, desde el XIII, al XV, se recrea en el dolor humano del Crucificado. La iconografía se nutre de descripciones dramáticas de los místicos. Según San Buenaventura, el Duecento, la cruz puede adoptar la forma de un árbol vivo ( liglum vitae ), forma que resurge en periodos posteriores. Se trata del Árbol del Conocimiento, vuelto a la vida por la fuerza de la sangre de Cristo que perdona. Así se relacionan otra vez la Caída y la Crucifixión.

El Cristo gótico se fija a una Cruz arbórea con tres clavos. Su figura, acusa las notas cruentas del martirio, pierde el sereno verticalismo. Por consiguiente, el cuerpo se arquea o las piernas se doblan hacia un lado. La cabeza, por afanes naturalistas, se inclina generalmente sobre el hombro derecho. ( Jn. 19,30 ). Y sobre ella observamos ya la corona de espinas que toma un gran predicamento en los comienzos del XIII. Este modelo iconográfico subsiste hasta el siglo XIII, ya que la centuria siguiente el Crucificado recobra su verticalidad.

Los restantes personajes que aparecen en el Calvario, se distribuyen simétricamente en torno al madero. Se agrupan, casi siempre, por parejas para equilibrar la composición. De hay que la Virgen permanezca de pie, a la derecha del Crucificado, y San Juan Evangelista, al otro lado. Se hila fino, se establece una distinción normal entre el franco derecho y el izquierdo. Ello justifica que el Buen Ladrón se situé a la derecha del Cristo y el otro, a la izquierda.

Durante el Renacimiento, a lo largo de todo el siglo XVI, las efigies pasionistas son apolíneas mayestáticas y escasamente cruentas. Responden, pues, al concepto idealista, platonizante y místico del Quinientos. En el arte sacro nos sorprende la serenidad del Crucificado. Se fija a una cruz plana y cepillada con tres clavos. El artista se recrea en el estudio anatómico de sus proporciones. Tan sólo un escueto paño de pureza envuelve sus caderas. El madero está interpretado como trono y no como patíbulo. Se trata, pues, del versión manierista del Cristo Majestad de la Ata Edad Media.. Precisamente, durante el Renacimiento y el Manierismo, para abundar en la realeza de Cristo, se exhibe sobre el extremo superior del la cruz la tablilla o titulus redactada sólo en latín «Ieus Nazarenus rex ludaeorum» o brevemente «INRI».

Tras el Concilio de Trento, triunfa el arte barroco como arte de Contrarreforma. Las fórmulas manieristas ceden ante el decidido empuje de las realistas. Durante el siglo XVII y buena parte del XVIII, las manifestaciones plásticas reflejan la corriente escolástica, aristotélica y ascética del momento. Se impone, con afanes catequéticos, la imagen procesional. Su dramatismo, de marcada raigambre popular, mueve y conmueve a los espectadores. El sufrimiento de Cristo y la angustia de María, representados esculturalmente, constituyen la mayor lección plástica de la teología del pecado y de la gracia, la Redención obrada por el Mesías doliente y del amor misericordioso de la Madre compasiva.

En este sentido, el Crucificado ahora se fija a una cruz arbórea con tres o cuatro clavos, según las revelaciones de Santa Brígida. El madero, interpretado como patíbulo de martirio se atiene al prefecto de la festividad de la Santa Cruz que dice «et qui in ligno vincebat, in ligno quoque vinceretur» (y quien el madero venció, en el madero también será vencido). El sudario acentúa las notas cruentas del martirio. Los paños agitados y abiertos, posibilitan al imaginero realizar con agudo realismo un estudio anatómico completo. Y mantiene la tradición medieval que narra como María, al contemplar la desnudez de Jesús, cubrió con su toca pudorosamente las caderas de su Divino Hijo. Se mantiene la corona de espinas y el titulus crucis suele reproducir la inscripción completa y trilingüe.

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